Los trastornos de la conducta alimentaria suponen alteraciones graves en las conductas relacionadas con la alimentación.
Aunque existen diferentes tipos de trastornos de la conducta alimentaria, los más comunes son la Anorexia Nerviosa y la Bulimia.
Algunos estudios epidemiológicos sitúan la prevalencia tanto para la anorexia nerviosa como para la bulimia entre el 4.1% y el 4.5% de la población mayor de 10 años.
Lo que caracteriza a los Trastornos de la conducta alimentaria es el miedo intenso a ganar peso o convertirse en obesos, miedo que no desaparece por mucho que se adelgace. El miedo a engordar provoca todo un compendio de conductas destinadas a reducir ese miedo. La persona reduce de manera drástica la ingesta de alimentos y/o realiza actividades compensatorias como purgas, laxantes o ejercicio físico desmedido. Reduce el aporte calórico en la alimentación diaria pasando a consumir sólo unos pocos alimentos y aumentando la lista de alimentos considerados como «prohibidos».
Las personas que padecen trastornos alimentarios tiene una interpretación distorsionada de la forma y el tamaño del cuerpo lo que les lleva a la creencia de que con la dieta conseguirán reducir el tamaño de alguna parte de su cuerpo que no les gusta. Por ejemplo, pueden creer que ayunando reducirán el grosor de sus tobillos, o la tripa, o las caderas. Recurren a todo tipo de medios para estimar el tamaño de esas partes del cuerpo que no les gusta como pesarse constantemente mirarse una y otra vez al espejo, medirse etc.
La restricción alimentaria provoca pérdidas de peso significativas estimadas en un Indice de masa corporal menor de 17.5 kg/cm2 o un 85% del peso corporal. Los síntomas físicos asociados a la restricción alimentaria son la letargia, en mujeres dismenorrea o amenorrea, lanugo,disminución de estrógenos en mujeres y testosterona en varones, pérdida de peso o no aumento del mismo a pesar de estar en edad de crecimiento, escalofríos, insomnio, dolor abdominal o intolerancia al frío.. A nivel psicológico los síntomas más comunes son la ansiedad y la depresión.
Algunos de los factores precipitantes de los trastornos alimentarios son comunes a otro tipo de trastornos como la baja autoestima, déficits en habilidades sociales o baja tolerancia a la frustración. Otros son más específicos como el perfeccionismo extremo, conductas obsesivo-compulsivas, estilos de pensamiento rígido y dificultades en la regulación de emociones o historia de regímenes y dietas.
En cuanto a la aparición del trastorno, hay que decir que la persona desarrolla los síntomas a partir de la creencia de que el malestar que siente en consecuencia del peso y que la única manera de reducir el malestar que siente es reduciendo el peso.
Que el malestar sentido por una persona en cualquier etapa de la vida se asocie al peso es una creencia relacionada con la publicidad y con el mundo de la moda, en donde se asimila la delgadez a la felicidad y el triunfo social.
Por tanto, la persona que padece el trastorno tiene la creencia de que controlando la alimentación controlará su entorno social. Que si no come hoy esto o aquello será más admirada, más aceptada o más feliz. Lógicamente estos logros sociales son incompatibles con una restricción alimentaria dadas las necesidades de nuestro organismo en la reposición de nutrientes que no se produce por efectos de la acusada restricción del aporte calórico.
La restricción alimentaria en personas con anorexia o bulimia nerviosa se produce sobre todo en la incorporación de nutrientes como las proteínas (que tiene una función estructural en el organismo responsable del crecimiento del músculo, el pelo, uñas y huesos) los hidratos de carbono (que proporcionan la energía al organismo) o las grasas (reservas energéticas del organismo que se consumen cuando hemos gastado el aporte de hidratos de carbono). La falta de nutrientes provoca decaimiento, apatía, labilidad afectiva, irritabilidad, insomnio, ansiedad, dificultad de concentración y fatiga.
Si el objetivo que persigue el enfermo es mejorar su aceptación social y su rendimiento académico y/o profesional, la restricción alimentaria se lo impide ya que si no tiene los nutrientes necesarios ¿estará más o menos cansado?¿tendrá peor o mejor humor?¿Se concentrará mejor o peor’ ¿estará más tranquilo o más nervioso?, Por tanto ¿cómo va a mejorar su rendimiento académico, social, emocional o familiar’.
Por tanto, el paciente quiere aliviar su malestar pensando que es responsabilidad del peso, sin embargo al bajar el peso el paciente sólo consigue encontrarse peor, por ello suelen pensar que si el bienestar lo da la delgadez y ellos no se encuentran bien es que siguen estando «gordos». Confunden el malestar emocional con el exceso de peso. Como el malestar lo provoca la restricción alimentaria, mientras no normalicen la ingesta de alimentos seguirán encontrándose mal.
El tratamiento cognitivo-conductual en estos pacientes incide en la normalización de la alimentación como primer paso para lograr el bienestar de la persona. Para ello se someten las creencias del paciente a un análisis lógico, preguntando al paciente su nivel de malestar actual con respecto al nivel de malestar que sentía cuando empezó con la restricción alimentaria. Discutimos con él su teoría. «Si la pérdida de peso debería provocar bienestar y felicidad ¿porque desde que ha venido bajando peso se ha ido encontrando cada vez peor? ¿porque tiene cada vez peor estado anímico ¿porque está cada vez más apático, más irritable y más triste?. Posteriormente presentamos una teoría alternativa con el objeto de que sea puesta en práctica por el enfermo: La normalización alimentaria provocaría bienestar físico y emocional, aumento del rendimiento intelectual y reducción del aislamiento social.
Cuando la credibilidad sobre la relación entre restricción alimentaria y bienestar disminuye, planteamos al paciente la normalización alimentaria para comprobar si efectivamente las creencias anteriores se mantiene o por el contrario el paciente empieza a encontrarse anímicamente mejor.
Para el tratamiento, se utilizan técnicas conductuales como autoregistros, técnicas de relajación y técnicas de modificación cognitiva. La duración de la terapia oscila entre las siete y las quince sesiones y suelen tener una frecuencia semanal con una hora de duración.
DIC